Gracias Maestros!

 

En 1966, luego de varios meses sin recibir salarios, un grupo de maestros (mayoritariamente de maestras), emprendió una marcha a pie desde Santa Marta a Bogotá. Esta movilización fue denominada la Marcha del Hambre, y, además de sus exigencias por el más que justo derecho a la remuneración de su trabajo, este grupo docente se movilizaba también en busca de la profesionalización y dignificación de la profesión y marca una nueva era de reivindicaciones y conquistas sociales.

No es exagerado decir que el impacto de esta manifestación fue de tal magnitid que constituyó una de las pincipales fuentes que inspiró posteriores luchas y sin duda está en el origen del histórico movimiento pedagógico de la década del 80, que inició un grupo de líderes entre quienes cabe destacar al llamado Maestro de maestros Abel Rodríguez, figura emblemática en quien la Revista Educación y Cultura rindió merecido homenaje a todo el magisterio dedicándole su edición número 140.

La lucha de los profes llegó al escenario donde se concibió la Constitución Nacional de 1991 y allí Abel Rodríguez, en delegación de ellos, dejó su impronta, plasmando, por primera vez en la Carta Magna, que la educación es un Derecho Humano fundamental. Muchas gestas tuvieron que darse antes de concertar un texto en el que se le daba desarrollo a este precepto constitucional y que se materializó en el tal vez más grande logro del movimiento pedagógico: la Ley General de Educación o Lay 115 de 1994 y esas gestas se prolongan hasta nuestros días.

Tratar de materializar el derecho a la educación tuvo muchas resistencias de contradictores no sólo durante la gestación de la Ley General de Educación sino posteriormente cuando tuvo lugar una contrarreforma orquestada por varios gobiernos mediante instrumentos legales que empezaron a recortar y limitar dicho derecho. Y esa es la razón fundamental por la cual la llama de la equidad y de la igualdad se mantiene encendida, animada por quienes alzan la voz y caminan.

Los ecos de la Marcha del Hambre aún se escuchan y retumban en los cantos y el emocionante estruendo de las batucadas que hoy interpreta nuestra juventud. Se mantienen vivas las condiciones que le dieron origen: aún los profesores en la mayoría de los escenarios nacionales no gozan de reconocimiento ni de condiciones dignas de trabajo; aún la educación de calidad es un privilegio de muy pocos; aún la mayoría de los niños menores de 5 años no cuentan con disponibilidad ni acceso a la educación inicial y en esa grilla de partida se origina la aborrecible inequidad que los marcará para toda su vida.

Aún un gran porcentaje de jóvenes no tiene acceso al trabajo, al empleo ni a la educación y prefieren arriesgar su integridad y su vida, marchando por oportunidades y en contra de la injusticia y la exclusión, porque sin futuro no hay nada qué perder.

Pese a que falta mucho terreno por conquistar, se han logrado grandes avances desde que emprendieron el camino las profes y los profes de la Marcha del Hambre; hoy, aunque sólo se aplica de manegra integral para una minoría, el derecho a la educación tiene un lugar en nuestro marco normativo y en nuestra cultura; a pesar de que la mayoría de los profesores no ganan lo justo ni cuentan con una política de formación docente, ni reconocimiento, se les remunera y la mayoría son profesionales y cuentan con formación posgradual.

Los innegables avances sociales y en la educación en particular, son fruto de esas primeras y primeros caminantes y de quienes han seguido tras su huella; gracias a todos esos luchadores y luchadoras, tenemos mejores condiciones que en la Colombia de 1966; hoy disfrutamos de sus conquistas todos los colombianos, incluso quienes no respaldan las luchas sociales y sus hijos. Que no se nos olvide.

 

Por César Sánchez – Director Ejecutivo Fundesuperior

 

 


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